Noir argentino
El cine negro argentino es tema de debate y análisis. Puede esgrimirse que el rótulo “noir” sea un tanto arrojadizo, pero hay películas argentinas que se tiñeron de este clima ominoso y comparten hoy una misma atmósfera estética, la que caracterizó a uno de los grandes capítulos de la historia de Hollywood y del cine en su totalidad.
Para el caso que nos ocupa, La bestia debe morir (1952, Román Viñoly Barreto) fue noticia no hace mucho tiempo, cuando Flicker Alley presentó en 2021 su edición en Blu-ray/DVD del film argentino, a partir de la restauración llevada a cabo por The Film Noir Foundation y UCLA Film & Television Archive. Como se sabe, Argentina no tiene Cinemateca. Menos mal que la cinefilia de otras partes del mundo preserva estas películas, muchas están perdidas.
Ronda sospechosa
Basado en la novela de Nicholas Blake -The Beast Must Die, publicada en 1938; título obligado para la biblioteca de todo aficionado al género policial-, Román Viñoly Barreto y Narciso Ibáñez Menta filman en 1952, con título homónimo, La bestia debe morir.
Bajo la dirección del cineasta uruguayo, Ibáñez Menta interpreta al escritor de novelas policiales Félix Lane, protagonista a la fuerza de una historia tan truculenta como las que él mismo escribe: Félix está desesperado, y quiere vengarse de "la bestia que mató" a su hijo. La muerte del niño, atropellado por un automovilista anónimo, desencadena la búsqueda de la bestia, pero también el descenso hacia la parte más oscura del protagonista.
La bestia debe morir inicia de manera vertiginosa, con el almuerzo en una mansión de clase alta, donde el padre de familia (Guillermo Battaglia), tras tomar su medicina y sentarse a la mesa, descubre que fue envenenado, y muere ante la vista de los presentes: su madre (Milagros de la Vega), su esposa (Gloria Ferrandiz), su hijastro Ronnie, y su cuñada, Linda (Laura Hidalgo). La muerte, invariablemente, provoca uno de los célebres tópicos en este tipo de relatos; de esta manera, a la reunión de sospechosos que celebra el inspector de policía, se sumarán otros tres personajes: un socio de negocios (Nathán Pinzón), su esposa (Beba Bidart), y Félix Lane (Narciso Ibáñez Menta), novio de Linda.
Ahora bien, resulta que en poder de la policía se encuentra el diario personal de Félix, en donde se describen, de manera explícita, sus intenciones asesinas. De todas maneras, el diario no termina por ser un elemento de prueba incontestable, que fije la culpabilidad de Félix. A partir de aquí, el relato comienza a hilvanarse con sucesivos flashbacks, que irán dando respuesta a las diversas situaciones planteadas. De este modo, nos enteraremos de la muerte de Martie -el hijo de Félix-, de la búsqueda del homicida, y del noviazgo “necesario” con Linda, habida cuenta de ser cuñada de “la bestia”.
Laberinto narrativo
Este juego narrativo, quebradizo, donde el tiempo lineal se altera, es uno de los recursos habituales del cine negro, así como una de las principales herramientas al momento de hacer encastrar -o confundir- las piezas argumentales. Si el racconto era la fórmula predilecta para acompañar en imágenes la explicación del detective analítico, situación recreada en la clásica reunión de sospechosos sobre el final de muchos films de detectives, en el cine negro -precisamente- prima la descomposición del relato lineal. La elección narrativa de La bestia debe morir responde, de esta manera, a uno de las elecciones típicas del género, presente en grandes películas como Pacto de sangre (Double Indemnity, 1944, Billy Wilder): el extenso racconto que el desfalleciente Walter Neff (Fred MacMurray) graba en un fonógrafo; o Muerto al llegar (D.O.A., 1950, Rudolph Maté): donde Frank Bigelow (Edmond O´Brien) explica a la policía, horas antes de morir, sobre las causas de su envenenamiento.
Por su parte, el film de Viñoly Barreto escapa al orden cronológico y hace que el relato, de manera constante, vuelva sobre sí mismo. Lo logra en dos tiempos diferentes si bien simultáneos, ya que tanto el tiempo real como el tiempo pasado juegan una suerte de montaje paralelo. Y el tiempo pasado no es otra cosa que el relato que de los hechos se hace desde el presente. Las idas y vueltas se resignifican desde la información que, gradualmente, se aporta al espectador; de manera tal que nunca sabremos, hasta el final de la historia, si Félix es realmente el autor del asesinato.
El monstruo entre nosotros
Ante el descubrimiento del asesino -o de los asesinos-, no puede dejarse de lado que en La bestia debe morir el espectador ha sido involucrado, de manera directa y por medio de la identificación, con los móviles de conducta del personaje. Si Félix es el héroe del relato -la figura central de la narración que nos guía a través de su particular prisma-, el espectador tenderá a solidarizarse con lo que a éste le suceda. Puesto que el héroe, de manera tradicional, ha encarnado virtudes y valores que lo hacen digno de un modelo social, en el cine negro las normas sociales, precisamente, son puestas en tela de juicio. En todo caso, el tipo de personaje que transita las historias negras es un antihéroe, héroe en sentido contradictorio, definido por oposición a los rasgos que caracterizarían al otro. Pero ello no significa ausencia de valores en el personaje sino, antes bien, un cuestionamiento, consciente o inconsciente, de la moral social en la que éste se desenvuelve. Esto puede darse tanto en la caracterización de los llamados private eyes (Philip Marlowe, Sam Spade), como desde la postura estético/ideológica que el género negro vehiculiza, y que sobrepasa la figura y los actos cuestionables (no siempre, allí está la contracara que significa el Mike Hammer de Mickey Spillane) de cualquiera de los personajes.
Lo que importa destacar es que ese mismo cuestionamiento se vuelve sobre el espectador ante el asesinato que supone, en este caso, el acto de venganza. Si el desenlace de la mayoría de las historias significa un final tranquilizador, que devuelve el orden sobre el caos, en tanto función primigenia de todo mito: ¿cuál es, en suma, la tranquilidad que se espera tras el final de La bestia debe morir?
Más allá del acto de justicia divina, que da razón al pasaje del Eclesiastés del que se extrae el título: "La bestia debe morir, el hombre muere también. Sí, ambos deben morir", quien ha sido víctima de una misma pasión bestial es el hombre, es decir, ese mismo personaje con el cual el espectador se ha identificado a lo largo de todo el relato. Nuevamente, no sólo se produce un desolador final, con la correspondiente dosis de amor trágico -"me dijo que te quería", señala Ronnie a Linda, mientras Félix se aleja mar adentro para morir-, sino que se desestabiliza un orden que el desenlace, a pesar del castigo que ejecuta, no puede terminar de redimir. Félix es un asesino. Nuestra moralidad, por ello, ha sido puesta en entredicho.
Román Viñoly Barreto revisitaría el cine negro poco después con El vampiro negro (1953), remake de M, el vampiro de Düsseldorf (1931) de Fritz Lang, ni más ni menos. Pero ésa es otra historia.
1952. Dir: Román Viñoly Barreto. Guion: Viñoly Barreto, Ibáñez Menta. Fotografía: Alberto Etchebehere. Montaje: José Serra. Con: Narciso Ibáñez Menta, Laura Hidalgo, Guillermo Battaglia, Milagros de la Vega, Nathán Pinzón, Ernesto Bianco, Gloria Ferrandiz, Beba Bidart, Josefa Goldar.
Leandro Arteaga